En tiempos remotos, cuando los vientos susurraban secretos entre las montañas y los ríos cantaban leyendas olvidadas, los sabios del reino escribieron en pergaminos el saber de generaciones. Este manuscrito recoge las historias de valor, magia y destino que forjaron el alma de nuestra tierra.
En los oscuros pliegues del medievo, cuando la luna era temida tanto como venerado, surgieron las crónicas que hablaban de mujeres sabias, de hechiceras y de sombras que danzaban entre los árboles. Eran tiempo en los que el conocimiento oculto se susuraba en lenguas antiguas, y los grimorios pasaban de mano en mano bajo la amenaza del fuego.
Los escribas del reino, temerosos y fascinados por igual, registraron en pergaminos amarillentos los testimonios de aldeanos, inquisidores y viajeros. Decían que en los claros del bosque se reunían las brujas en aquelarres, incocando fuerzas que desafiaban la lógica de los hombres. Otros aseguraban haver visto luces flotando sobre los campos, o escuchando cantos en lenguas olvidadas cuando el viento soplaba desde el norte.
Pero no todo era condena. Algunas crónicas, más secretas, hablaban de curanderas que sanaban con hierbas y palabras, de guardianas del saber antiguo que protegían a los suyos con sabiduría ancestral. Elntre el miedo y la superstición, la verdad se desdibujaba como tinta en la lluvia.
Estas crónicas, ocultas durante siglos en monasterios, criptas y blibliotecas prohibidas, son hoy testimonio de una época donde lo mágico y lo real se entrelazaban como hiedra en piedra. Son el eco de un tiempo en que la noche tenía voz, y las brujas, historia.